Por Arnoldo Arana
“No alcanza con saber si aquello que dices o haces es bueno para ti o para mí. Tampoco si aquello que digo o hago es bueno para mí. Habría que preguntarse si es bueno para la relación (para nosotros como pareja, cursiva mías), si la nutre, contribuye a construirla, o por el contrario la maltrata o la amenaza”. Luz de Lourdes Eguiluz
¿Dedicas tiempo de calidad para compartir con tu pareja? ¿Cuentas con un espacio íntimo y exclusivo donde compartir con tu pareja? ¿Cómo pareja tienen definidos límites claros y firmes, que le delimiten de contextos más amplios: hijos, familia extendida, etc.? ¿Compartes percepciones y creencias convergentes con tu pareja, sobre aspectos vitales como: finanzas, sexualidad, trabajo, manejo de conflictos, roles en el hogar, etc.? ¿Tienen acordadas normas básicas para el manejo de asuntos esenciales como el dinero, la salud, la crianza de los hijos, etc.? Preguntas como estas permiten explorar hasta que punto los cónyuges tienen definido y negociado un contexto de pareja.
Las relaciones (su clima, su sincronía, su ritmo, su dinamismo, etc.) en la pareja no pueden ser entendidas fuera del contexto (tiempo, espacio, recursos, valores, normas, etc.) en que quedan organizadas, y donde tiene lugar y ocasión la relación.
El contexto conforma el diseño estructural de la relación. La profundidad, el grado de conexión y el nivel de intimidad de la relación están determinados por la forma como se configura el contexto de esa pareja específica. Si el contexto es enriquecido con tiempo de calidad, con espacio con límites negociados, claros y flexibles, con recursos compartidos para la atención de las necesidades mutuas, con normas y reglas acordadas – consensuadas y comprometidas por ambos, con la aceptación del otro, aún con las diferencias existentes, etc., entonces la relación se hace nutritiva, edificante y funcional. Por el contrario, de contextos empobrecidos, surgen los conflictos, las disputas, los resentimientos y las rupturas.
Cuando la pareja define y acuerda, por comisión o por omisión, los elementos de su contexto, en el fondo está definiendo su identidad. Es el tiempo invertido en y con el otro, el ritmo en cómo transcurre la relación y las conversaciones, el espacio definido para el uso, goce y disfrute con el otro, los recursos destinados para compartir con el otro, las normas y valores acordados, compartidos y vividos como pareja y que definen las creencias y rasgos culturales de la pareja y la familia, las oportunidades y opciones construidas juntos, es lo que le confiere la definición e identidad como pareja. El contexto expresa en el día a día lo qué son como pareja: cómo viven, cómo se relacionan, cómo conversan, cómo resuelven conflictos, cómo negocian, cuáles son sus hábitos, qué aprecian y priorizan, etc.
La pareja necesita un contexto adecuado que sirva de plataforma y de marco referencial para la interacción efectiva. Las buenas relaciones en las parejas ocurren en el marco de contextos claramente definidos entre los cónyuges.
Elementos del contexto de pareja
El psicólogo Manuel Barroso distingue ocho elementos básicos que deben cultivarse como parte del contexto de vida de una pareja. Estos ocho elementos contribuyen a crear el ambiente necesario para que la pareja pueda funcionar como tal. Estos elementos son, según el psicólogo Manuel Barroso: tiempo, espacio, mapas, el otro, recursos, alternativas, valores y normas.
Revisemos en con un poco más de detalle estos elementos:
Tiempo: ¿Cuándo? Fechas de inicio y de término. El tiempo hace que lo que cada cónyuge quiere tenga un carácter real, concreto.
Espacio: ¿Dónde? ¿Cuáles son los límites? El espacio dice si lo que cada uno quiere es alcanzable. ¿Cuáles son los límites reales? ¿Cuáles son las dimensiones de lo que se quiere?
Mapas: ¿Qué informaciones y aprendizajes tiene la persona que le ayude o le impida en la consecución de lo que quiere? Mapas de éxito, o de fracaso, de efectividad, o de inefectividad, paradojas y contradicciones dentro de la persona. El mapa habla acerca la información que es relevante para la persona.
Otro (el cónyuge): Para conseguir lo que cada cónyuge quiere en el contexto de pareja, necesita del otro. ¿En qué medida los cónyuges se necesitan? ¿Es a costa del otro? ¿Proporciona bienestar al otro? ¿Lo antepone? ¿Acepta y respeta las diferencias con el otro?
Recursos: La energía disponible, tecnología, destrezas, dinero, habilidades con las cuales se pueda planificar lo que se quiere. Los recursos tienen que ver con posibilidades. ¿Lo pueden conseguir?
Alternativas: Caminos alternos, diferentes enfoques. Las alternativas le proporcionan creatividad en conseguir lo que quieren.
Valores: La experiencia de lo que es conveniente o no para cada cónyuge y para la pareja. Creencias, principios que son propios de la persona y son importantes. Sentido ético de la elección.
Normas: Principios de acción, reglas prácticas. Las normas son los debos que cada cónyuge libremente elige para sí. Las normas llegan a convertirse en guías que regulan las conductas y actitudes de las personas.
Como pareja, los cónyuges necesitan construir un contexto común que los incluya, lo cual requiere armonizar los contextos individuales de cada uno. Este proceso es necesario para «ser pareja», y no sólo dos personas que dicen estar en pareja. Esto supone un proceso de reconocimiento y aceptación del otro, y de disposición a negociar los elementos del contexto, sin que cada cónyuge intente imponer al otro sus condiciones: ritmo, normas, valores, mapas, tiempo, preferencias, etc.
Las necesidades de los cónyuges son atendidas a través del contexto que se construye
Las necesidades de los cónyuges o la pareja son atendidas en el marco de un contexto definido y negociado entre los cónyuges. Cuando están elementos contextuales están definidos, adecuadamente negociados y articulados, las necesidades de los cónyuges se convierten en objetivos a alcanzar.
Los contextos hablan de cómo, dónde y cuándo se satisfacen las necesidades. Definir, pues, un contexto de pareja implica definir necesidades como pareja, a la vez que se consideran las necesidades individuales. Por otra parte, construir un contexto de pareja requiere tener objetivos claros como pareja; más aún establecer un proyecto de vida como pareja.
Sin un contexto común no hay un proyecto de vida como pareja, que unifique, energice, sinergice y direccione a la pareja; que mueva al compromiso y promueva el amor. Sin un contexto común de pareja, se está frente a la tragedia de “vivir en pareja” y de tener una pareja, sin ser pareja, sin hacer vida de pareja. El hogar se convierte, entonces, en un hotel. El matrimonio se convierte en un contrato legal. La familia se convierte en un requisito social. Los hijos son, entonces, posesiones comunes.