Por Arnoldo Arana
La familia se presenta como un sistema abierto, diferente a los sistemas cerrados – físicos, que permanecen aislados del medio ambiente. La familia es un sistema inmerso en un sistema social y sus orígenes y pautas de relación, están interrelacionados con los cambios de esa sociedad a la que pertenece y en la que está inserta. De forma tal que “la naturaleza de sus procesos transaccionales trasciende la actividad de los elementos que le constituyen; y por otra parte, la definición de límites, fundamentalmente para determinar la identidad de un sistema familiar, viene determinado por la amplitud de sus procesos reguladores. No se asienta por ende en lazos sanguíneos, sino en lazos emocionales; en concreto en la amplitud del sistema operativo emocional” (Francisco Ortega Bevia).
Desde el punto de vista termodinámico y de la organización, los sistemas se clasifican en abiertos o cerrados, según se intercambie, o no, energía, materia o información con el exterior del mismo. Los sistemas vivos, como los organismos o los ecosistemas, se consideran sistemas abiertos, y también la familia se puede considerar como sistema abierto (Musitu, 1994), en tanto que presenta unos límites permeables a la influencia de otros sistemas, como pueden ser la escuela o el barrio. La familia, como sistema abierto, significa que está en continua interacción con otros sistemas. Existe, por lo tanto, una vinculación dialéctica respecto a las relaciones que tienen lugar en el interior de la familia y el conjunto de relaciones sociales; aquellas están condicionadas por los valores y normas de la sociedad de la cual la familia forma parte (Espinal, I., Gimeno, A. y González, F.).
La familia como un sistema funciona como una unidad interactiva, compuesta por distintas partes (subsistemas) que ejercen interacciones recíprocas. Cada parte está ligada con las otras a través de reglas de comportamiento. Y cada parte, a su vez, se comporta como una unidad diferenciada, que al mismo tiempo que influye es influida por otras que forman el sistema. Los miembros de la familia permanecen en contacto entre sí a partir de una serie continua de intercambios que suponen una mutua influencia y no una mera causalidad lineal, sino bidireccional o circular, que tiende a mantenerse estable.
La familia además, según el enfoque sistémico, se presenta como un sistema activo y autorregulado. En este sentido, los sistemas familiares crean, a través de múltiples interacciones, una serie de reglas que configuran su estructura (Minuchin, 1983). “Estas se modifican por ensayo y error, pero se mantienen constantes en el tiempo, de modo que cada uno de los individuos que forman el sistema sabe qué está permitido y qué está prohibido y sabe cuándo hacer y qué debe hacer para ser aceptado por los otros. De esta manera las relaciones entre los individuos se forman de manera estable, lo cual proporciona un sistema seguro que autocontiene a las personas y les permite sentir que son parte y el todo a la vez” (Luz de Lourdes Eguiluz).
La familia plantea sus metas y los medios para lograrlas, de ahí que hablemos de un sistema auto-organizado. La familia es pues agente de su propio desarrollo, de sus propios cambios a través de estrategias, normas, recursos y procedimientos aportados por todos sus miembros, que van asimilando del mismo entorno en el que la familia se desenvuelve o bien de su particular historia familiar. Además la auto-organización se une a la capacidad de retroalimentación, es decir, de recabar información sobre el proceso de desarrollo familiar, sobre los niveles de logro de las metas y sobre la eficacia de las reglas y de las estrategias activadas a tal efecto. La retroalimentación posibilita una auto-organización más eficaz, aunque no siempre las familias dominan estas competencias, y al valorar su funcionalidad surgen distorsiones cognitivas en la valoración de resultados o de medios, y encontramos resistencia al cambio para reorganizar el sistema (Espinal, I., Gimeno, A. y González, F.).
Como sistema activo en constante interacción e influencia recíproca con el medio ambiente, en la familia como sistema, se generan tensiones relacionadas con el paso de una etapa a otra, en su proceso evolutivo (nacimiento de un nuevo hijo, cambio de vecindario, etc.). Todo este cambio moviliza al ajuste y la adaptación ante la acción ejercida por el medio ambiente, y en su necesidad de preservar su estructura.
Lo mismo que cualquier sistema, la familia lleva consigo una estructura, una organización de la vida cotidiana que incluye unas reglas de interacción y una jerarquización de las relaciones entre sus componentes; también incluye unas reglas que regulan las relaciones entre los familiares y las relaciones con el exterior y que indican quién pertenece y quién queda excluido (Parson y Bales).
Es importante el conocimiento de estas reglas, tanto explícitas como implícitas, que condicionan las propias relaciones familiares, para conocer y comprender a la familia y sentar las bases de cualquier tipo de intervención y facilitación sobre ella, pues estas reglas pueden incidir de forma significativa en cómo la familia hace frente a los problemas de cada uno de sus miembros y a su propia problemática como grupo. Las reglas suelen ser acordes con los valores y creencias de la familia y regulan también la detección de las necesidades de sus miembros, la comunicación y las conductas de dar y recibir ayuda, que son de suma importancia para conocer la funcionalidad del sistema.